jueves, diciembre 04, 2008

La mujer que paseaba con los pájaros


Algunas mañanas me levanto antes que mi sueño y salgo a correr por el Retiro. Fue en una de esas mañanas cuando me la encontré, acompañada por un perro que tal vez fue casi blanco hace años. A ella le faltaban pocos para ser casi vieja. El perro ya lo era.

Al pasar a su lado vi que en un gesto furtivo tiraba arena al suelo. Seguí corriendo, en el Retiro uno ve cosas como estas y otras cosas:
-Veo a acordeonistas del Este que por las mañanas, cuando el sol comienza a calentar, tocan “Stranger in the night”.
-Veo africanos que hacen como que no venden hachís y a policías que hacen como si no lo supieran.
-Veo piragüistas en el centro de Madrid.
-Veo a una chica que pasea a un gato atado y a un chaval que boxea contra el aire.
-Veo a un tipo que tal vez hace tai-chi o tal vez está loco.
-Veo a otro que con unos prismáticos acecha a las parejas. Veo a las parejas entre los setos.
Cosas como estas veo.

Esa mañana vi a una señora que tiraba arena al suelo y seguí corriendo. Recordé a Tim Robbins en “Cadena Perpetua”, cuando iba tirando al patio de la prisión la arena del túnel que cavaba a escondidas, como se suelen cavar los túneles en las prisiones, tú bien lo sabes.

Di una vuelta más por el Retiro y me paré a estirar. Cuando estiras te apoyas en un árbol y parece como si quisieras derribarlo. Sí, puede quedar ridículo un tipo en mallas empujando árboles. También son ridículos esos botecitos que das cuando camino del parque te detiene un semáforo. Pero tienes que dejar claro que eres un corredor parado, no alguien que anda en mallas por la vida. Correr de adulto siempre tiene un algo humorístico.

Y mientras estiraba la vi de nuevo. No, no era arena lo que llevaba en sus bolsillos porque cada vez que arrojaba el contenido de su puño una bandada de gorriones y unas cuantas palomas caían voraces sobre el suelo, como una manta cae tras sacudirla. Una manta en movimiento que la seguía por todo el parque, una manta de plumas tras ella, la mujer que paseaba con los pájaros. Dejé de estirar y observé embobado el espectáculo. Ella, su perro y los pájaros. Al perro lo ataba la cadena, a los pájaros el hambre. Se alejaron y miré el cronómetro. Tenía que regresar al piso y ducharme si no quería llegar tarde al trabajo. Y bajé hacia la cuesta de Moyano dejando atrás el parque que olía a hierba fresca y a mañana. Y entonces me sentí de pronto un poco pájaro, un pájaro que corría tras su alpiste diario.