jueves, junio 28, 2007

luchando con gatos II


viene de aquí

El gato sobrevivió y su dueña le buscó una justificación a la caída: el gato estúpido había intentado cazar alguna paloma. Dudo que Paco hubiera intentado cazar nada, pero en cualquier caso, teniendo en cuenta que era un gato enclenque, intentar cazar esas palomas como gallinas que se posaban en nuestros balconcillos no hubiera sido sino una muestra más de su estupidez.

Como Paco seguía golpeando su cabeza contra todo tipo de superficies duras, maullando insistentemente, atacando las piernas de la gente y arañando muebles, la dueña decidió castrarlo para solucionar el problema, lo que siempre consideré una forma muy curiosa de solucionar problemas.

En los foros de “amantes” de los gatos se usan eufemismos para hablar de la castración como “alterar a la mascota” u “operar” . La verdad es que suena mejor que “arrancarle los cojones". Esto es lo que dice una amante de los gatos sobre la castración:

El operar a su gata es una buena idea por muchas razones, la mas importante es el control de la población felina”.

La verdad es que si de lo que se trataba era controlar la población felina tengo muchas otras ideas sobre cómo se podría controlar. Y de forma definitiva.

Otro dice esto:
El castrar al gato reduce su lado destructivo. La mayoría de los machos intactos son muy agresivos, pelean con otros gatos y rocían orina para marcar su territorio. Comparado con un gato intacto, el castrado es mas afectuoso, y calmado haciendo de el una mejor mascota.”

Así dicho parece como si los gatos fueran culpables de ser gatos. En realidad lo que quería decir quien perpetró el párrafo es esto: “Al arrancarle los cojones al gato se consigue un bicho gordo y tranquilo. La mayoría de los gatos con testículos son normales: defienden su territorio y lo marcan. Comparado con un gato normal, el bicho gordo tranquilo sin cojones es manso y da menos problemas”.

Pero a veces sucede que arrancarle parte de los genitales al gato no es la solución. Al menos en el caso de Paco, que tras unos días de recuperación, continuó maullando, atacando y golpeándose la cabeza, con lo que se demostró que su estupidez no provenía de cuestiones hormonales, sino que tenía causas más profundas y era un gato gilipollas con o sin testículos.

La dueña le seguía diciendo que era un gato malo muy malo, con una ceguera total para distinguir entre maldad y estupidez que me temí le iba a causar más de un problema en la vida (a la dueña). Y “mantenía” charlas con Paco más largas y con frases más extensas de lo que el sentido común considera conveniente.

Dejé aquel piso y ya no he vuelto a convivir con gatos aunque he conocido alguno. Por ejemplo, las gatas de unos amigos, que se llevaban bien (las gatas) hasta que “intervinieron” a una y la otra dejó de reconocer el olor de su compañera, por lo que se peleaban constantemente. Las llevaron a un psicólogo gatuno, que mandó empastillarlas. Seguían peleándose pero al menos iban colocadas.

También conocí a Pollo, el gato de un amigo del pueblo. Descubrieron que no era gato cuando parió cuatro gatos pequeños (hay quien los llama gatitos pero no vamos a caer en esa trampa, no nos van a engañarnos con diminutivos (¿por qué de pronto hablo en plural? ¿me estaré volviendo loco como Paco el gato?) )

continuará (bueno, lo continuaré)

miércoles, junio 20, 2007

Una tarde con el Fary

Ayer murió el Fary, y recordé una tarde de verano del 2001, creo, cuando estuve en su chalet con dos señores del negocio audiovisual que preparaban su regreso a las series. A mí me habían encargado una pre-biblia de una serie en la que el Fary sería propietario de un bar en un centro comercial. El proyecto se quedó en proyecto, tal vez para bien.

El Fary parecía, como dicen hoy las crónicas, un tío simpático y campechano y seguro que lo era (aunque no hay que olvidar que apadrinó a Melody). Y era también un buen contador de anécdotas. Nos contó unas cuantas de su vida, alguna “jugosa”, pero con esta memoria que tengo no recuerdo nada, aparte de algo relacionado con Maria Jiménez y el whisky. Ninguna novedad.

Por la casa andaban sus hijos. Nos dijo que uno acababa de grabar un disco, que luego resultó ser aquel con un estribillo sobre las leyes de la termodinámica: “y cuanto más acelero, más calentito me pongo”.

Ayer y hoy he podido leer necrológicas y oír testimonios de conocidos y admiradores. Es un momento propicio para caer en los lugares comunes, para decir eso de “siempre se van los mejores”, y lo de “seguirá cantando allá arriba en el cielo”. Nunca termino de comprender este empeño en que la gente siga trabajando más allá de su muerte.

Es un tópico que sólo se aplica a los artistas. Aún no he oído tras la muerte de un albañil digan que seguirá alicatando allí arriba. Aplíquese lo mismo a un cobrador de la O.R.A. ¿Cómo serían las necrológicas de los repartidores de butano? ( y una pregunta más importante: ¿se usará butano ahí arriba?) ¿Y las necrológicas que escribirían de un pederasta sus amigos?¿Estamos condenados a hacer lo mismo en la otra vida? Entonces, ¿seguirá trabajando el arquitecto de la Almudena?

¿Cómo será el cielo si allí están cantando cada día Rocío Jurado, el Fary , la Durcal y Camilo Sesto? (sí, sé que hay quien dice que este último sigue vivo pero creo que siempre estuvo más allá que acá) Si así fuera, ¿merece la pena la salvación? ¿En el infierno se sigue trabajando? ¿Rouco Varela me podría explicar todo esto?

Siempre se van los mejores, dicen. Esta frase alienta el suicidio. Una forma rápida de salir de la mediocridad. Y también un consuelo, porque algún día todos nos iremos, y seremos entonces los mejores, como hoy lo es el Fary. Yo paso por ser el mejor un ratito pero no pienso seguir escribiendo en el más allá.

Dejo unos versos, sentidos, para terminar:

“Vaya torito,
ay torito bravo,
lleva botines
y no va descalzo”

martes, junio 19, 2007

luchando con gatos I

Desde hace unos meses en la casa del pueblo sufrimos los robos de unos gatos ladrones que llegan por los tejados desde la casa de una vecina, saltan a nuestra terraza y entran con facilidad en la cocina cuando mi madre tiene la puerta abierta, que es casi siempre y más en estas fechas. La vecina dice que les echa de comer y esqueléticos no están. Parece que los cabrones lo hicieran por hobby. Hay días en los que mi madre llega a agobiarse porque le roban, por ejemplo, los filetes que iba a usar para la cena. He comenzado a odiar a los gatos.

Aunque hace años hasta recogí uno en la calle. Era un gato negro que un domingo por la noche me siguió por medio pueblo maullando. Al final lo pasé a la casa y lo dejé en el corral. Pronto lo descubrió mi madre pero permitió que se quedara. Era un gato huraño que no caló mucho en la familia. Más bien no caló nada y ni llegamos a bautizarlo. Mientras mi perra llegó a tener dos nombres: “Tula” y “Nuca” el gato se quedó en eso, “el gato”, y si llegaba a enfadar a mi madre, “el gatuzo ese”. Fue un gato pesado, que solía perseguir a mi madre maullando por toda la casa, un gato que sufría de halitosis, un gato con la costumbre perruna de pasearse tras mi madre por el pueblo cuando ella salía a comprar, lo que le daba un aire a la mujer de loca mesetaria, un gato que parecía de la mafia gatuna, porque más de una vez traía a casa cabezas de gorriones con las que jugaba hasta que se le perdían bajo los muebles o conseguíamos quitárselas. Por febrero, cuando dicen que las gatas andan en celo, el gato sin nombre desaparecía durante semanas para regresar lleno de heridas que había que curarle con yodo si se dejaba. Un año creímos que no sobreviviría pero lo hizo. Pero uno de esos inviernos se fue y nunca regresó. Un día, ya en primavera, al apartar las sobras de pescado, nos dimos cuenta que hacía tiempo que no sabiamos nada de él. No se volvió a hablar del tema.


Al llegar a Madrid, años después de todo esto, me encontré que en mi primer piso vivía una gata. Era un piso en la calle Mayor, en la época en la que aún le quedaban unos meses a la peseta y uno de los hermanos Urquijo moría en un portal. En el piso vivíamos un chico gay de un pueblo de Zamora que se asombraba de que yo hablará todas las semanas con mi familia de un pueblo de Albacete, una chica de San Sebastián que a veces salía llorando en bragas al sofá porque su novio, un tío majete que cultivaba marihuana, setas y hongos, se dormía justo después de follar, (lo normal habría sido que se durmiera antes pero hay chicas muy exigentes) Lola ( la gata de la chica) y yo, que iba siempre por Madrid con un plano de la ciudad y además lo usaba con frecuencia.

El cuarto de baño siempre olía a meados de gato aunque eso era más culpa de la chica que de la gata, por dos cosas: por no ponerle el meadero en su habitación, que era lo debido y por no cambiarle la tierra con frecuencia. Lola fue una gata llevadera comparada con los felinos que conocí después.

En el siguiente piso estaba Momo, que pese al nombre era una gata. Momo era pesada y robaba o simplemente tiraba al suelo toda la comida que se encontraba por la cocina. Vamos, como todos los gatos. Meses después se fue la dueña de Momo con su gato y llegó la dueña de Paco, y pensé que existía por ahí una legión de mujeres solitarias que junto a sus maletas cargaban siempre las jaulas de los gatos locos con los que compartían sus vidas.

Pronto quedó claro que Paco era un gato demente. Paco tenía síndrome de gato guardián. Cuando oía la puerta de la entrada se agazapaba en cualquier rincón del pasillo y saltaba a tus piernas. Así que tras los primeros sustos entrabas en el piso con cierta tensión. Esperabas el ataque que a veces no se producía pero cuando te confiabas y olvidabas que en ese piso vivía un gato loco, te atacaba de nuevo.

Después del ataque Paco salía corriendo a toda velocidad por el pasillo. Aquel gato tenía un problema grave: creía en la infinitud de los pasillos. Y aunque la realidad y la puerta de la cocina le demostraban cada día que no era así el seguía pegándose grandes trastazos contra la puerta. Creo que estaba inmerso en un círculo vicioso de estupidez. Cuando más golpes se daba más tonto se volvía y cuanto más tonto se volvía más golpes se daba.
Su dueña le decía que era un gato malo. Muy malo. Pero no, era simplemente estúpido. Muy estúpido.
Un día le dio por hacer equilibrismos por el balconcillo y cuatro pisos más abajo lo recogieron las chicas de una pastelería.

¿Continuará?

viernes, junio 08, 2007

que la inmortalidad te recoja

Yo hice la mili de alférez en Bilbao, y en la cantina había un cartel que decía: “ a quien muere por la patria lo recoge la inmortalidad”.

Yo le dije al comandante que allí debía haber una errata:
-Mi comandante, ¿no debería poner que lo recoge la mortalidad?.
Acabé dos días en el calabozo, claro.


Jesús Mosterín, en “eps”

algo que no sufre

el otro día un obrero gaditano de Delphi, tras una jornada movida en la que ardió de todo,
declaraba ante la televisión que ahora sólo iban a quemar "algo que no sufre, como los contenedores"

lunes, junio 04, 2007

Obituario del poeta manchego Sifrig Rosemberg (y III)


Sifrig, que había practicado casi todo los géneros poéticos, tenía una espina clavada pero las pinzas de las pestañas de su madre eran muy rústicas y no conseguía quitársela, hasta que un día logró que una ardilla de afilados dientes, a cambio de una ración de arenques y un D.I.U., se la extrajese. Hasta que no vio los dientes de la ardilla no fue consciente de que pese a su amplia obra poética aún no había escrito ninguna elegía. Pensó entonces en algún amigo que se mereciera una elegía pero no encontraba ninguno que lo motivara lo suficiente. El que fuera su mejor amigo, Rodolfo, no le hablaba tras una agria discusión sobre si los tetrabrick de Don Simón eran tetraedros o conos. Ambos pensaban que eran conos pero la discusión surgió porque sus lenguas, siempre pastosas, no podían pronunciar “tetrabrick” ni “tetraedro”, lo que les llevaba a la ofuscación y a pellizcarse las nalgas mientras gritaban “¡uy, uy, uy, ay, ay, ay!”


Decidió entonces escribirle una elegía a Pepe, el dueño del bar Paco, que le permitía celebrar recitales en su bar cuando no había nadie. Pero nadie nadie porque hasta Pepe se ausentaba tras dejar el alcohol bajo llave.
La elegía a Pepe se tituló “Elegía” y comenzaba así:
“Los gusanos se deslizan por tu puro cráneo
blanco como la pintura blanca.
Cómo envidio a los gusanos que se comieron tus ojos...
...Benditos”
A Pepe no le gustó nada la elegía y echó a Sifrig del bar. Aristóteles García, uno de los mayores expertos en su obra le dio una posible causa del enfado.

-Pero Sifrig, que para que te dediquen una elegía hay que estar muerto.
Esto dejó pensativo a Sifrig, que minutos después respondió.
-¿Ah, sí? Pues toma.
Y mató a Aristóteles, que agonizante,le dijo.
-No, yo no, el de la elegía.
Fue entonces cuando Sifrig decidió suicidarse para dedicarse a sí mismo una elegía, y romper así todas las convenciones literarias y la lógica vital. Para ello se arrojó varias veces delante de un tractor que labraba por Quintanilla del Burgo. El tractorista, harto de la actitud de Sifrig, que no le dejaba labrar lo tiró al pilón del pueblo. Sifrig no sabía nadar e intentó morir ahogado pero que el pilón estuviera seco no le facilitó las cosas. Decidió entonces, ante la imposibilidad del suicidio, hacerse sibarita, pero como no tenía dinero para darse al sibaritismo se dedicó a cantar canciones de Bisbal en la puerta del museo del Prado. Un intento de voltereta acabó con su vida. Sifrig murió sin cumplir su gran sueño: visitar todos los museos de cera del continente.

En su tumba dejó un epitafio que es la última muestra de su talento provocador:
“Tonto el que lo lea”.

(En la foto tres admiradoras de Sifrig del club "Admiradoras de Sifrig con abanico". "Lo que más me gusta de él son sus metonimias", confesó ruborizada una de ellas)